En las últimas décadas, el cambio climático, se ha consolidado como uno de los temas más apremiantes a nivel global. Su impacto ambiental, económico y social ha llevado a gobiernos, organizaciones internacionales y sociedad civil a buscar soluciones para mitigar sus efectos. Sin embargo, detrás de las genuinas preocupaciones por el futuro del planeta, se esconde una realidad preocupante, el cambio climático, se ha convertido en una poderosa herramienta de manipulación política. El uso, del cambio climático, como discurso político es innegable. Los líderes, de diversas naciones y grupos políticos, han adoptado el tema como bandera para movilizar masas, justificar políticas económicas y obtener apoyo electoral. Bajo el argumento, de la “urgencia climática”, se han implementado medidas que, si bien pueden parecer necesarias, muchas veces carecen de transparencia o priorizan intereses específicos sobre el bienestar general. Por ejemplo, la imposición de impuestos verdes, ha sido ampliamente criticada por impactar desproporcionadamente a los sectores más vulnerables, mientras que grandes corporaciones continúan con prácticas contaminantes bajo la excusa de cumplir mínimos regulatorios.
Además, el cambio climático, es frecuentemente utilizado para desviar la atención de otros problemas estructurales. En lugar, de abordar temas como la desigualdad, la corrupción o la falta de acceso a servicios básicos, algunos gobiernos presentan iniciativas climáticas como una solución integral. Esto, no solo permite esquivar responsabilidades, sino también, proyectar una imagen de progreso y compromiso en foros internacionales, mientras las problemáticas internas permanecen sin resolver. Por otro lado, el uso del cambio climático, como herramienta de polarización ha fragmentado a la sociedad. En muchos casos, se ha planteado una falsa dicotomía entre quienes creen en la ciencia climática y quienes la cuestionan, etiquetando a los segundos como “negacionistas”. Este enfoque, lejos de fomentar un diálogo constructivo, limita el debate y refuerza narrativas ideológicas que benefician a ciertos sectores políticos. La ciencia, debería ser una base común para encontrar soluciones, no un arma para dividir.
A nivel internacional, el cambio climático, también ha sido instrumentalizado para consolidar hegemonías políticas y económicas. Los países desarrollados, que históricamente han sido los mayores contaminantes, imponen estándares ambientales estrictos a las naciones en desarrollo, dificultando su crecimiento económico. Estas exigencias, a menudo presentadas como acciones éticas, perpetúan desigualdades globales y limitan las posibilidades de competencia en un mercado internacional dominado por potencias económicas. Sin embargo, reconocer la manipulación política no significa negar la gravedad del cambio climático. El problema, es real y requiere acciones contundentes. Lo que debe cuestionarse, es la manera en que se utilizan las narrativas climáticas para promover agendas ocultas, justificar medidas injustas o perpetuar desigualdades.
Es imperativo, exigir mayor transparencia en las decisiones políticas relacionadas con el cambio climático. Las políticas públicas, deben estar fundamentadas en datos científicos, pero también en principios de justicia social y equidad económica. Asimismo, la sociedad tiene un papel crucial en evitar la polarización y fomentar un debate informado que trascienda las ideologías. El cambio climático, es un desafío colectivo que afecta a todos, pero también un recordatorio de la importancia de la honestidad en la política. Para enfrentar esta crisis global, es necesario recuperar la confianza en las instituciones y garantizar que las acciones climáticas beneficien al planeta y a las personas, no solo a los intereses de unos pocos. Solo así, se podrá construir un futuro sostenible y justo para las próximas generaciones.